23 marzo 2008

Lluvia de primavera

"Escucharé tu voz de otoño en la escalera
y me marcharé sin haber hecho las maletas
y pintaré con los colores de la primavera
tu estrella como si fuese la primera vez" A.Mora


Ayer aprendí que las cosas va bien si tu quieres que vayan bien. Que una simple palabra te puede sorprender. Una simple palabra de la persona que menos te lo esperas. Al fin y al cabo, estamos hechos de la palabras, que expresan y articulan nuestros pensamientos, el reflejo más túpido de nuestro alma. Ayer.

Nos dimos lo que merecimos y pactaron nuestros corazones una empate sin condiciones, fué una tregua para seguir vivos. El agua con voz serena inundó la noche, fué pasión de semana santa a trochemoche. De nuestros cuerpos ardió la hoguera, lluvia primera de primavera.

Así que hoy nos despedimos, con un café y un buenos días. Volviendo a amanecer cual niños, pellizcando la alegría que nos hace decir 'basta'. Ya sabes que hoy pujaré, por tu alma en la subasta.

"Sé también que andas de mudanzas
y has puesto tu alma en venta
ayer mismo en una subasta
pujé el corazón por ella" A. Mora


10 marzo 2008

Eso sí que sería arte


Aquella tarde fuimos al museo de arte moderno.
En la sección de nuevos medios de expresión, iluminada por una tenue luz, me fijé en una atractiva veinteañera. Era pequeña. Me encantan las mujeres pequeñas. Hay algo en su aparente fragilidad que resulta muy excitante. Decidí sentarme a su lado para ver una proyección de vídeo. La imagen volvía a empezar cada minuto aproximadamente; pétalos blancos cayendo delicadamente de pobladas ramas.
Cuando me senté, la veinteañera sin duda se sintió aliviada. Nuestras miradas se cruzaron; la suya era verde almendra, la mía estaba enrojecida por el jet lag. En ese momento me di cuenta de que lo que quería era que ella me cogiese de la mano y me llevase al campamento secreto que debía de tener en el bosque. Quería que me enseñase algún truco de magia. Quería que me leyese poemas picantes escritos en las servilletas de papel de los cafés.

—¿Qué tal estás? —le dije.
La miré con evidente interés. Ella se dio por aludida.

—¿Y tú, como estas? —me preguntó.
Yo medité la respuesta.

—Este vídeo me hace sentir paz —le dije a la veinteañera—. Me siento como si me dejase caer sobre un gran montón de hojas. Deberían llenar el suelo de hojas. Eso sí que sería arte.
Ella sonrió.

Su suave risa parecía la banda sonora de los pétalos que caían.


05 marzo 2008

Dulzura


Fuimos a un restaurante cercano cogidos del brazo. Durante la cena, todo fue a las mil maravillas. C empezó a brillar con empatia y calidez. Sus manos eran suaves, su cuerpo delicado e indulgente. Ahora entendía por qué había resultado tan difícil comunicarme con ella hasta ese momento. C no se comunicaba con palabras, sino expresando sus sentimientos. Sí, sería una enfermera maravillosa.

C trajo unas mantas y nos tumbamos juntos en el suelo de madera. Exploramos nuestros cuerpos hasta el momento que parecía que ella iba a derretirse sobre las mantas. Más tarde, nos fuimos al cuarto de mi amigo, nos tumbamos en la cama y nos desnudamos lentamente el uno al otro. Ella temblaba hasta tal punto que su cuerpo parecía a punto de desvanecerse bajo el mío. Fue como hacerle el amor a una nube.

Sus palabras estaban llenas de dulzura. La rodeé con un brazo, apoyé su cabeza sobre mi hombro y disfrutamos del momento. Al día siguiente, cuando nos despertamos, C se sentía algo avergonzada por lo acontecido la noche anterior. Para quitarle importancia yo le sugerí que saliésemos a desayunar

04 marzo 2008

Aquella noche

Aquella noche tomamos una copa más y fuimos a mi casa. Tras un breve tour por la casa, hice que se sentara en mis rodillas mientras le enseñaba un vídeo en el ordenador. Nos miramos a los ojos. Le cogí la mano, me la apretó.

No había duda de dónde yacía su poder de seducción. Eran esos ojos que brillaban como la superficie de un lago de montaña y la intensidad con la que enfocaba la mirada, haciéndote sentir que, en ese momento, para ella no existía nada más que tú.

No nos dijimos nada y seguimos con la vista fijada el uno en el otro, compartiendo un largo momento de intimidad. En ese mismo instante sentí un escalofrío.

Mientras la miraba, me imaginé a la chica regordeta de catorce años que debía de haber sido.

Lentamente, acerqué mi cara a la suya.
—Sin besos —dijo ella con tranquilidad.
—Chis —le dije yo al tiempo que levantaba el dedo índice y lo apoyaba en sus labios. Después la besé en la boca.

La acaricié y la besé en la nuca. Me aparté, volví a mirarla y le di pequeños mordisquitos en el labio superior. Su lengua buscaba mi boca con avidez. Entonces me dijo que quería tumbarse en el suelo. Yo me tumbé a su lado y no podéis imaginar lo que pasó... ¡Se desmayó!

03 marzo 2008

Homeóstasis social dinámica

Por lo general, las mujeres son más perceptivas que los hombres. Siempre saben cuándo alguien les está mintiendo. Así que uno tiene que ser congruente con su técnica y creer de veras en lo que dice. La otra opción es ser un gran actor.
Cualquiera que se preocupe por lo que una mujer piense de él está condenado al fracaso. Cualquiera al que una mujer sorprenda pensando en acostarse con ella —eso es, antes de que ella piense en acostarse con él— fracasará. Y la mayoría de los hombres pensamos en acostarnos con las chicas antes de que lo hagan ellas. No podemos evitarlo; somos así por naturaleza. Es una paradoja que nos golpea todos los días; por un lado, nuestro incontenible deseo de acostarnos con una chica y,por otro, la necesidad de protegernos de la humillación pública.