04 marzo 2008

Aquella noche

Aquella noche tomamos una copa más y fuimos a mi casa. Tras un breve tour por la casa, hice que se sentara en mis rodillas mientras le enseñaba un vídeo en el ordenador. Nos miramos a los ojos. Le cogí la mano, me la apretó.

No había duda de dónde yacía su poder de seducción. Eran esos ojos que brillaban como la superficie de un lago de montaña y la intensidad con la que enfocaba la mirada, haciéndote sentir que, en ese momento, para ella no existía nada más que tú.

No nos dijimos nada y seguimos con la vista fijada el uno en el otro, compartiendo un largo momento de intimidad. En ese mismo instante sentí un escalofrío.

Mientras la miraba, me imaginé a la chica regordeta de catorce años que debía de haber sido.

Lentamente, acerqué mi cara a la suya.
—Sin besos —dijo ella con tranquilidad.
—Chis —le dije yo al tiempo que levantaba el dedo índice y lo apoyaba en sus labios. Después la besé en la boca.

La acaricié y la besé en la nuca. Me aparté, volví a mirarla y le di pequeños mordisquitos en el labio superior. Su lengua buscaba mi boca con avidez. Entonces me dijo que quería tumbarse en el suelo. Yo me tumbé a su lado y no podéis imaginar lo que pasó... ¡Se desmayó!

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