
Fuimos a un restaurante cercano cogidos del brazo. Durante la cena, todo fue a las mil maravillas. C empezó a brillar con empatia y calidez. Sus manos eran suaves, su cuerpo delicado e indulgente. Ahora entendía por qué había resultado tan difícil comunicarme con ella hasta ese momento. C no se comunicaba con palabras, sino expresando sus sentimientos. Sí, sería una enfermera maravillosa.
C trajo unas mantas y nos tumbamos juntos en el suelo de madera. Exploramos nuestros cuerpos hasta el momento que parecía que ella iba a derretirse sobre las mantas. Más tarde, nos fuimos al cuarto de mi amigo, nos tumbamos en la cama y nos desnudamos lentamente el uno al otro. Ella temblaba hasta tal punto que su cuerpo parecía a punto de desvanecerse bajo el mío. Fue como hacerle el amor a una nube.
Sus palabras estaban llenas de dulzura. La rodeé con un brazo, apoyé su cabeza sobre mi hombro y disfrutamos del momento. Al día siguiente, cuando nos despertamos, C se sentía algo avergonzada por lo acontecido la noche anterior. Para quitarle importancia yo le sugerí que saliésemos a desayunar
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