10 marzo 2008

Eso sí que sería arte


Aquella tarde fuimos al museo de arte moderno.
En la sección de nuevos medios de expresión, iluminada por una tenue luz, me fijé en una atractiva veinteañera. Era pequeña. Me encantan las mujeres pequeñas. Hay algo en su aparente fragilidad que resulta muy excitante. Decidí sentarme a su lado para ver una proyección de vídeo. La imagen volvía a empezar cada minuto aproximadamente; pétalos blancos cayendo delicadamente de pobladas ramas.
Cuando me senté, la veinteañera sin duda se sintió aliviada. Nuestras miradas se cruzaron; la suya era verde almendra, la mía estaba enrojecida por el jet lag. En ese momento me di cuenta de que lo que quería era que ella me cogiese de la mano y me llevase al campamento secreto que debía de tener en el bosque. Quería que me enseñase algún truco de magia. Quería que me leyese poemas picantes escritos en las servilletas de papel de los cafés.

—¿Qué tal estás? —le dije.
La miré con evidente interés. Ella se dio por aludida.

—¿Y tú, como estas? —me preguntó.
Yo medité la respuesta.

—Este vídeo me hace sentir paz —le dije a la veinteañera—. Me siento como si me dejase caer sobre un gran montón de hojas. Deberían llenar el suelo de hojas. Eso sí que sería arte.
Ella sonrió.

Su suave risa parecía la banda sonora de los pétalos que caían.


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