De capa caída

Triste y solos, solos se quedan los tunos, triste y llorosa queda la Universidad, Y los libros Y los libros empeñados... Soy tuno. Si, soy tuno, de espíritu al menos, o eso he soñado siempre.
No son buenos tiempo para los soñadores, para el amor y para los valores en general. Y eso implica que no son buenos tiempos para alguien que tiene corazón de tuno.
Mi cuervo (el traje de tuno) no es como el de los tunos de toda la vida. Quizás si que es negro, pero no llevo jubón, mis pantalones bombachos fueron sustituidos por unos vaqueros, mi camisa se ha convertido en una sudadera y mis botas son zapatillas deportivas con colores a la moda. En mi beca no hay ningún escudo que no sea el de mi alma y ninguna inscripción que aliente pertenecer a nadie ni a nada en concreto. Mis calzas las dejé colgadas sólo para los momentos de intimidad. Y para terminar mi capa me sirve al mismo tiempo para cumplir con mis obligaciones de superhéroe y salvar al mundo de tanta maldad.
Los corazones se alegran cantando, o eso dicen. Eso sí, te tienes que dedicar egoístamente a pedirle la chica de tus sueños que no le de a nadie más ese lunar que tiene junto a la boquita. Pero es que hoy en día como se te ocurra ir de noche a rondarle a una chica bajo el balcón, lo más probable es que te caigan en la cabeza las macetas donde tiene sus plantas. Le dices que llevas clavelitos colorados igual que un fresón y terminas con la cara colorada de la vegüenza o de las ostias que recibes. Así no hay manera de alegrar corazones.
La realidad es que ya no me atrevo a tocar mi pandereta más que para acompañar a la botella de Anís del Mono en Navidad en alguna fiesta casposa; y mi bandurria hace tiempo que no tiene cuerdas. Mi guitarra se me hace demasiado pesada y está sumamente desafinada, y mi voz cada vez tiene menos fuerza.
De capa caída, valorando seriamente olvidar mis sueños de tuno.